Mi grano de arena al terror del país

Ya me pasó a mí. Ayer estaba en casa de mis padres, haciendo hora a ver si se me quitaban definitivamente las ganas de ir al gimnasio. Me dediqué a hacerle muescas a Elizabeth, mi sobrinita nueva, a ver a Javier dando vueltas en la sala para marearse… En fin! Hasta ahí, una tarde de lo más normal con los sobrinos. Cuando mi hermano y mi cuñada se despiden de mis padres, se me acabaron las excusas y, rauda y veloz, agarro mi cartera para irme a los inevitables ejercicios. Cuando salgo a la calle veo una passola con dos pasajeros que viene en dirección mía. El disco duro se me dispara y me dice lo mismo de siempre, “Métete juyendo en el carro y pon los seguros”. Como siempre, eso hice. Sólo que esta vez, aún llave en mano y pos suerte dentro del carro, volteo la cabeza hacia la izquierda y veo a los dos lindos asaltantes (de menos de veinticinco años, morenitos, bien vestidos y con su consabida gorrita) justo al lado de la puerta de mi carro, intentando abrirla. Comencé a tocar bocina como una loca porque sabía que mis padres, hermano y sobrinos estaban saliendo. Entonces fue cuando vi la gigantesca pistola que llevaba el tipo de atrás. Sólo atiné a recostarme en el sillón del copiloto y presionar el botón de alarma del carro, lo cual disparó la bocina automáticamente en señal de auxilio. Por el rabillo del ojo vi al tíguere de atrás decirle al de adelante “Vámonos, vámonos”, y si, eso hicieron, de lo más campantes... Con su “aquí no ha pasado nada”, descaradamente y sin ni siquiera acelerar mucho, en búsqueda, asumo yo, de su próxima víctima.